martes, 22 de noviembre de 2011

Sueños interrumpidos.

Roía sin murmurar. Sus labios eran carne de cañón, la pólvora, saliva que caía muerta por mis comisuras.
Los pájaros de la aurora desaparecían mientras un rayo de sol atravesaba mi persiana. El calor rompía sobre tus párpados y aquella sábana blanca se deslizaba sobre tu espalda. Yo dormía, tú sencillamente desapareciste entre sueños con hedor a cal y a naranja. El frío se adueñó de mi cama. Asquearse y añorar se convertian los únicos verbos que existían en la infinitud de aquellas cuatro paredes.Dos copas de champagne eran las únicas testigos de tal esperpento.
Otro tiempo, otra cama. El reloj de la mesita ya se había parado. Las copas, granos del desierto. Seguía ahí acostado, el sudor calaba, y las noches tiritaban. Los amaneceres eran eternos y los días hasta que aparecieras limitados.
En aquel crepúsculo la puerta se abrió.
-Perdona, pero buscar mi existencia nunca fue tan difícil.
Un segundo. Un minuto. Un instante
Cayó la televisión.
Aquellos cristales, clavados en el asfalto.
Carne destrozada.

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